Te imagino en el tren. Mirando la ventana como pasan los árboles rápido, dejando que el sol bañe tu rostro y con la tripa nerviosa por ir con los tuyos.
Te veo vestido, con unas bermudas, cómodo, ilusionado por unas vacaciones merecidas, haciendo planes y pensando en los abrazos con tus padres, en las risas con los amigos, en tu sofá, volver al hogar de donde te fuiste para crecer y vivir.
Vas eligiendo canciones animadas y otras que te hacen pensar, recordar, aprietas dientes y regalas sonrisas a los niños que juegan en el vagón a ser pilotos.
Miras de vez en cuando a la señora mayor que tienes a tu lado, a ésa que ayudaste con la maleta y que te habla de sus nietos y de lo mayor que está, pero que guarda toda la ilusión por pasar unas vacaciones con su hija.
La tranquilizas diciendo que le ayudarás al llegar a la estación. Te coge la mano, con dulzura, mientras esboza esa sonrisa que sólo los mayores regalan. Se toquitea compulsivamente la costura de la falda -algo vieja-, nerviosa por ver, por compartir, por sentir ese abrazo grande, y esos besucones a los suyos.
Encima tuyo, maletas, bolsas, mochilas y paquetes que guardan vidas, sueños, quizá regalos, que llevan allá donde uno empieza a ser uno mismo, y poder respirar, volver a verte.
Es el viaje de los sueños. Es el regalo más grande que jamás podrás dar, y te podrán ofrecer.
La ilusión del amor real, la ilusión de la familia, de los amigos grandes, de la tranquilidad, de un libro a la orilla del mar, de atardeceres y amaneceres que guardarás el resto de tu vida.
Puede que allá quedaran ochenta cuerpos, pero amigo mío, tus sueños vuelan, tu alma vive, todas las almas que allí están, continúan estirando la mano para tocar, siguen en la memoria de todos los que os esperaban, que tuvieron la suerte, la gran suerte de la vida, de poder compartir con vosotros una vida llena de alegrías, y que fue por ellos, por compartir, por sentir, por lo que distéis la vida.
Va por ellos, por todas las personas que viajaron en el vagón de los sueños y nos regalaron mil vidas, millones de sonrisas, de hombros alzados, de caricias, consejos y susurros.
Allá va, al cielo, el tren de Santiago. El tren de los sueños.