viernes, 25 de octubre de 2013

La niña del mar

Hay canciones que transportan. Bandas Sonoras de nuestra vida.

Soy de los que apuestan por la reflexión, apuestan porque un paseo de la mano bien vale una vida, y porque hay susurros y sensaciones que aún viviendo cien vidas, es difícil volver a repetir. Creo en parar para respirar, en dejar que el viento y la brisa golpee tu cara, en pasar horas delante del mar, en silencios que hablan millones, y en gestos acojonantes.

Pensaba en todo esto al ver a una niña mirando al mar. Anocheciendo, no tendría más de 7 años.
La mar estaba algo revuelta, estaba sola, con sus padres lejos. Lo cierto es que ella se quedó inmóvil, mirando el horizonte, al principio con gesto serio, de pie, mosqueada y sorprendida por los peligros de la mar y sus olas.
Fue poco a poco, muy poco a poco, relajando el gesto, se fue acomodando, hasta que decidió sentarse en el bordillo del paseo con las piernas ya metidas en la playa.
Comezó a sonreir. Los últimos rayos de un sol anaranjado precioso bañaban su cara.
Se quedó pensativa. Su rostro y su mirada indicaban reflexión.
Entonces quise entrar en su cabeza. Quise adivinar y saber qué podía pensar una niña de esa edad, de mirada profunda y reflexiva en ese momento.
Allí. Ahora.
Me coloqué a una distancia prudencial. La suficiente para que no notara mi presencia. Y supongo, que comenzamos a soñar juntos.
Imaginé que quería ver su futuro. Imaginé que el mar le hablaba, como me cuenta a mí, y le devuelve reflexión y libertad. Sentí que ella apostaba por comerse el mundo con patatas, por la verdad, por luchar por aquello que una ama y ser tan feliz que el mundo entero podría ver su sonrisa en el cielo, noté como ella, Elena, apretaba fuerte el corazón para que sus padres estuvieran siempre cuidados y que ella, cuando sean mayores, se prometió cuidarlos siempre.
Sonreía, como si estuviera el mar dicharachero, al verse con su principe azul, el hombre que le revolverá el alma, el susurro genial y el apoyo incondicional. Veía paseos eternos por la playa, fuegos artificiales acompañados de caricias y mil vidas sentidas.

Aquello duró un buen rato. Hasta que me di cuenta de que sus padres estaban haciendo exactamente lo mismo que yo. Observar algo maravilloso. Poder presenciar como alguien es dueño de su vida, elige metas, grita al mundo aquí estoy yo! y además lo hace con una sonrisa maravillosa que no puede lograr otra cosa de la vida que no sea que te la devuelva con un enorme abrazo.
Aquella niña de 7 años eligió aquel atardecer vivir, eligió que Wendy, Peter Pan y los sueños se cumplen, eligió, a diferencia de otras niñas de su edad, que en esta vida habrá que luchar para ganar cosas, y disfrutar del mientras.

Al tiempo, Elena, miró a su derecha, despacio, - donde estaba yo- y me regaló otra de esas maravillosas sonrisas acompañado de un "hola!" genial.
Miró durante cinco segundos, escudriñándome, alegre, como diciendo " sé lo que estás haciendo aquí, igual que yo".
Corrió a sus padres con los brazos extendidos y ellos se agacharon para recibirla.

Una princesa maravillosa, que mañana, y hoy, ya sabe lo que significa vivir. Luchar por lo que amas. Reflexionar para hacer.

Un regalo increíble. Gracias, Elena!!   

4 comentarios:

  1. Una vez fui Elena y de ese atardecer apoyada en una preciosa barandilla blanca descubri que siempre es siempre.

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  2. Una historia alucinante, Javier!! se te echa de menos. Millones de besos. Crs.

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  3. ser padre o madre es vivir cosas así todos los días, unas, como las que aquí cuentas, fantásticas, otras, menos, pero creo que de eso tú ya sabes... y mucho. Un fuerte abrazo.

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  4. te fijas en unas cosas... es increíble. Gracias, Javier. Un besazo.

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