sábado, 6 de septiembre de 2014

Que no te quede nada por decirle...

Vienes tranquilo en el coche, acompañado de un montón de gente que se acuerda de ti y llama sabiendo el porqué has emprendido viaje. Durante esas llamadas, y en las pausas, uno sonríe y se siente orgulloso de la cantidad de personas que están ahí, apoyando, escuchando o haciéndote reir.
Tengo la costumbre - no sé por qué - de imaginarme siempre el cómo y dónde está la persona con la que hablo y mientras me sentía orgulloso y agradecido por quienes me acompañan en este camino que llamamos vida, también me dió por pensar en la cantidad de veces, a cuanta gente, que han hecho un alto en el camino, o mil, que han estado ahí siempre, que te suman... a cuanta gente hemos dejado de decir las cosas que realmente queríamos decirles.

Somos lo que hacemos.
Pensaba en esto, cuando al fondo, en el horizonte de la autopista se veía brillo de sirenas, el jaleo de mil coches, ambulancias pisando a fondo llevándose a personas que luchan por vivir, y al pasar justo en el lugar donde ocurrió, ver centenares de trozos de coches, cristales, ropa, maletas... y las caras de las personas que trabajaban o miraban aterrorizados, llorando, secándose las lágrimas o tapándose la cara con los chalecos refrectantes,  llevándose las manos a una cabeza que dice no compulsivamente.
Has de pasar despacio, y pararte a pensar, tras ver esas caras de dolor y de incredulidad; que un día, cualquier día, puedes ser tú, o alguien a quien amas con todo lo que ello significa, en mayúsculas, o que haya sido realmente importante para ti,y no le hayas dicho lo que realmente piensas, sientes y quieres.
La realidad, es que ahí estaban, esparcidos y rotos un montón de sueños y vida.

Supongo, que al llegar ese momento - el de la muerte-, ¿no hubieras cambiado todos los días de tu vida, para volver a tener la oportunidad de decirlo?.

A tus padres, a tus hermanos, a tus amigos, novias o incluso a personas que aunque estuvieron poco por mil razones dejaron una huella espectacular en ti...

Un cartel te anuncia la llegada a Zaragoza. Sabes lo que os espera a tu familia y a ti en un par de días. Quieres exprimirlos al máximo antes de que ella entre allí, a la soledad de mil luces encima suyo y caras anónimas con mascarillas. Quieres decirle - aunque sea la vez mil- que es la mejor madre y mujer del mundo.

Hasta que eso llegue, quedan 2 días donde no me quedará nada por decirle.
Que no te quede a ti. 

Continuará...