Vale, lo confieso. Me quedo muchas veces mirándoles. Les miro sus ojos y pienso en que podrían contar de sus vidas.
Me encantaría atreverme a preguntarles que me puede enseñar, qué historias buenas, alucinantes y no tan buenas han visto esos ojos.
Les imagino jóvenes, con treinta y tantos, en el pueblo, o en la ciudad, luchando algunos por un trozo de pan y llegando a esas antiguas casas sin televisión, sin nevera ni lavavajillas, ese teléfono en la pared, y el olor de una comida ganada de verdad con el sudor de su frente.
Me da igual los que pudieron estudiar y los que no, aquellas madres - hoy abuelas y bisabuelas - que sacrificaban mil sueños porque hoy estemos aquí disfrutando de un montón de cosas que muchas veces no apreciamos.
No sé su nombre. Estaba en aquel banco del parque sentado. Yo venía de comprar pan y periódico, uno de esos ritos domingueros que me encantan. Ahí estaba. Elegante con su boina y su chaqueta de punto, dos anillos que recuerdan a la que fue su esposa y las dos manos apoyadas en su bastón. El bastón de toda la vida, dirán muchos.
No es cierto. Hace poco que lleva bastón, él tuvo diez, y quince, treinta y cuarenta primaveras.
Miraba a los niños, madres y padres como quien hace memoria, con cierta envidia, echaba sonrisas y movía la cabeza como diciendo "juventud divino tesoro".
Me senté en su banco. Me fue mirando mientras llegaba con el descaro de quien ya, a sus ochenta y tantas primaveras bastante le importa que le pillen mirando. Faltaría más.
"Buenos días", le dije. "Buenos días, joven". Pensé en mirar si había alguien detrás mío... ;-)
Lo cierto es que después me hablaba tratándome de usted, hablamos de cosas de críos que estaban pasando allí, de la educación y alguna costumbre... escuchaba atento, como queriendo entender que pensábamos los jóvenes de ahora, cuales eran los principios, lo que nos enseñan...
Manda huevos que quien ahora trate con educación y respeto, sean los mayores a los jóvenes y no al revés, pensé.
Fijaos cuando paséis cerca de ellos, observadlos, entrar en sus ojos, y si les dedicáis una sonrisa, encontrareis un gran regalo.
Merecen mucho más que ayudas a la dependencia, -que también-, merecen mucho más que acordarnos de ellos cuando nos faltan, merecen algo que no se compra, no se vende; merecen nuestro respeto, nuestra admiración por nuestros mayores.
Otros héroes de nuestro tiempo.