Madrid. Sería en el mes de noviembre.
Anocheciendo, oscuro y con una ligera lluvia. Al fondo, venía él, delgado, con una gabardina tipo Humphrey Bogart y con el cigarro iluminándole la cara cada vez que daba una calada.
Ojos duros, observando a cualquiera que se cruce, viene despacio, hemos quedado en un café de la calle Lope de Vega. Café Historia, se llama.
Aún me pregunto por qué aceptó finalmente la cita mientras le veo llegar, y ya no son nervios, son ganas de compartir y aprender.
Estrecha la mano firme mirando a los ojos, con un "buenas noches, encantado" pausado, y parecía que le apeteciera más eso de perderse por las calles de Madrid que tan bien conoce que aquello de meterse en un bar.
Cuando uno le ha leído tanto, y acompañado en tantas batallas de su loca cabeza, quiere ver al hombre que escribe tras esas letras.
Lo que quería es ver más allá, intentar abir el alma y nuestras historias. Ciscarnos, como dice él, en quien toque y de paso, sacar una moraleja más en esto de la vida.
"Me gustas más como articulista que como novelista", le digo.
Esa sonrisa de media boca mientras coge la caña que Antonio le ha servido.
Tres o cuatro horas hablando de nuestras vidas, de política, de esta España y de la que fue, de novelas y proyectos de cada uno, proyectos de vida y sentir.
Cuenta varias historias de cuando el Kalashnikov era para él tan familiar como su pluma o su vieja máquina portátil.
Le hablo de mi curro, de lo que veo, y de lo que siento. Escucha atento, pregunta como un niño curioso y concluye con frases o gestos cortos. Eso de hablar de más, ya lo hacen en el congreso, radios y teles.
Se va despacio, encendiendo otro cigarro, con seis o siete cañas en el cuerpo y le miro sintiendo que aquel hombre, ese que escribe todos los domingos y tantas veces nos hace pensar y reír es mucho más que negro sobre blanco, y que mereció la pena sacar el valor y las horas para seguir aprendiendo.
Ese es mi encuentro imaginario con D. Arturo, al que agradezco profundamente que eleve el arte de escribir, y sobre todo de hacer pensar, aunque no esté de acuerdo, que aquí, amigo, se viene a aprender y sentir.
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