jueves, 16 de junio de 2011

Aquel hospital

Jaleo. Ir y venir de gente, médicos, familiares, enfermeras, celadores...

Aquella sala de espera era un apretar de dientes constante. La tensión contenida de la ignorancia se junta a la esperanza de pensar que todo saldrá bien. Oyes voces por todos lados pero no escuchas a nadie, quieres concentrarte en pensar en por quien esperas.
Quieres viajar rápido a la sala donde esté para darle fuerza, toda la que tienes y los ojalas se juntan con oraciones y apretar de manos.

Y al fondo, silenciosa, aquella mujer. Medio siglo de paciencia con gestos cuidados y suaves. Vestida con prisa, aquello era grave. Y estaba tranquila. Se cogía, repasaba y acariciaba las costuras de aquel vestido de ir por casa lenta y tranquilamente.

Era perfectamente consciente de la situación que vivía -vivíamos-, pero ella tenía algo que los demás no. Una generosidad desbordante.
Las horas son lentas cuando esperas, el reloj se hace enorme, las máquinas sin café, crees haber nacido allí, paseos y mil vueltas por una sala que te come.
De repente, un regalo. Aquella mujer giró su cabeza, y ofreció una sonrisa que no pagarían mil abrazos. Asintió la cabeza, quería que supiera que estaba allí y que comprendía, pero que aquello, saldría bien.  Volvió a mirar hacia su sala.

Después de compartir sala ella y yo con demasiada gente y demasiadas horas, salieron a buscarla.

El médico se sentó a su lado, cogió su mano y hablaron durante unos minutos. Los gestos del doctor eran claros, la reacción de ella, suave. Lloraba tranquila y agarraba fuerte con las manos una carterita de monedas donde supongo que guardaría el dinero para volver en taxi con su marido al hogar.

Separados por varios metros, caminó despacio. Sus ojos enrojecidos se volvieron brillantes al acercarse, coger mi mano y mientras sonreía, decir: "todo saldrá bien, ya lo verás". Y se fue.
Mientras marchaba yo pensaba en qué fuerza maravillosa y brutal lleva a alguien a tener esa Generosidad.
La miré hasta que le perdí alucinado.Quizá vivió tan plenamente con su marido que la vida ya tenía sentido hace mucho tiempo, quizá pensó que siempre le dijo te quiero y le perdonó, quizá pensó que aquel hombre al que había tenido a su vera tantos años también había sido feliz y que no vale la pena llorar cuando la vida ha sido alegría y compartir. Quizá le susurró a quien ya le faltaba un último gracias mientras sonreía sabiendo que había sido capaz de cumplir un sueño: el sueño de la vida.

Queda gente espectacular que regala momentos únicos, queda aprender de verdad y abrir los ojos a la alegría. Vive todo, a tope, siempre.


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