sábado, 11 de junio de 2011

El contenedor

Nunca hablé con él. Le conozco hace más de 15 años. Solía verlo en bares de la zona donde vivo. Era enorme, ciento cuarenta kilos son difíciles de pasar desapercibidos, y más si al beber no paras de tirar voces de una parte a otro del bar. Tenía una mirada complicada, siempre con cara de mal genio y a su lado, su fiel cerveza. La limpieza no era su fuerte, el olor era intenso. Se acumulaban vasos a su vera. Gestos rudos, nunca sonreía,  y aquello de gracias y por favor no era para él. Él exigía.

A veces se juntaba con amigos, pero siempre eran distintos, y los que le acompañaban no parecían estar demasiado agusto.

Tampoco hablé nunca de él a mis amigos, sólo le observaba. Durante años.

Ahora lo he visto varias veces de nuevo. Cómo cambia la historia.

Le veo en el contenedor de las basuras, hurgando, ataviado con palo y bolsa para coger lo que los demás desechamos. Su mirada ha cambiado, ahora es mucho más suave, con 50 kilos menos, pero con la ropa de antes. Le viene enorme. Ropas que recuerdan - le recuerdan- su ayer.
Le observaba el otro día y pensé en la cantidad de veces que habrá tenido ahora que decir por favor para poder comer y gracias cuando se la dan. Echará en falta todas las monedas que echó en las tragaperras y en cervezas y supongo que añorará amigos con mayúsculas.

Conozco sólo mi versión, la que los años y el observar me han dado, y seguro que hay mucho más detrás de todo esto, pero, ¿qué pensará por la noche?, allá, donde quiera que duerma y acompañado - con suerte - de una almohada. Qué recuerdos, historias le vendrán a la cabeza... ¿Dónde se equivocó?.  Quizá ni siquiera se lo haya preguntado. Quizá piense que existe un complot mundial para que su mirada termine en el fondo de un contenedor con bolsas del corte inglés y fruta caducada. La culpa es del mundo.
O no.
¿Y si se ha dado cuenta y por eso su mirada ha cambiado?. ¿Y si ha aprendido que la vida es recibir y dar a la vez?. Quizá un miércoles cualquiera, despertó, y musitó un "hasta aquí" mientras sonreía pensando que había dado con la clave, y que, a partir de ahora, miraría por los demás, que intentaría ser agradecido y luchar cada día. Me equivoqué, pero a mis 50 primaveras, aún estoy a tiempo.

Me gustaría decirle dos cosas. La primera: suerte. Mucha suerte y que sepa buscarla. Soy de los que piensa que la suerte es el resultado de esfuerzo y oportunidad. La segunda: gracias. Estoy convencido que no sabe que ha hecho pensar a alguien que merece la pena pasar por aquí intentando cuidar para cuidarse uno más, que es una alegría y un orgullo poder contar siempre con alguien y mimarles también, que la educación abre mil puertas.

La realidad, la verdad, es que nunca es tarde. Tenemos la oportunidad de cambiar, y lo mejor es que podemos decidir también cuando. El cómo lo arrastra la ilusión y el querer, y el porqué, ya lo sabes. Porque eres tú.


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