miércoles, 7 de diciembre de 2011

El pájaro loco

Allí estaba él. Ciento noventa y cinco centímetros de ser humano. En aquellos tiempos, cuando yo le conocí era una de esos tipos que se hacen el interesante detrás de una barra, guaperas, y que aún no sé por qué motivo, creen que están por encima de no se sabe muy bien qué. Al fin y al cabo, tú, guaperas, chavalote, me estás sirviendo, y estás atado a una barra, yo me puedo ir cuando quiera, pero esa es otra historia.

Enorme, un tipo enorme. Pelo moreno, patillas larguísimas, ojos fuertes. 
Su historia me atrapó.
Allá en el pirineo, medio perdidos, escuchándole. Las brasas, el estofado, el vino del pueblo y su voz llenando la sala.

Se casó. Y perdió. Se confundió no por casarse - faltaría más- si no - como él dice- no supo llevar todo eso. 
Decidió esconderse en aquel pueblo perdido, comprar un restaurante, un terreno, un par de caballos para su niña y emprender un nuevo camino. No quiere amigos, no los necesita - dice - para eso está su familia.
Seis años sin conocer doncella ni cama, le basta el aliento de saberse en el mercado y flirtear para seguir durmiendo con la seguridad de poder elegir.
Es su penitencia. Cree que escondiéndose es la manera de resarcir aquellos errores. No conocer, para no sentir, no sentir para no padecer, o no hacer daño.
No quiere escuchar. El sabe lo que hizo. Habla con la contundencia de un paisano y la sinceridad de un viejo lobo. Hay sentimientos, pero también miedo.

Le escuchaba atento, no quería perderme nada de un tipo que habla de esa forma tan descarnada con corazón y cabeza....
"Vago", le digo. "Eres un vago de la vida". No escuchaba. Estaba encerrado en una penitencia insulsa, ridícula, esperando a no se sabe muy bien qué, excusándose en lo que pasó antes para no afrontar el después.
"Soy muy trabajador" decía serio. "Me levanto a las 6.30 de la mañana". "Ya, pero eres un vago de la vida". Tu hija, esa que proclamas y gritas a los cuatro vientos, esa por la que tu vida tiene sentido, tendrá mañana dos posibles versiones tuyas:
Primera. "Hija mía, me confundí, y fallé. Fallé mucho y decidí entregarme a ti en cuerpo y mente. No falle a nadie, nunca, jamás".
La segunda versión, es la que un padre mira a su hija, y diciendo los errores, cuenta con detalle como se levantó de todo eso, a cuanta gente conoció y aprendió, que no se encerró, que abrió puertas y ventanas y quiso respirar todo lo que venía. Cayó, como caen los guerreros, para levantarse como un héroe.  

Ha cogido vicios, dejó las barras y alguna cosa más para colgarse de los números, de la bolsa y del loco Ibex 35. Es mi enfermedad ahora, dice.

Es una pena que un tipo inteligente no quiera de verdad mirar a la vida a la cara. Dedica medias sonrisas, casi con sorna a cualquier comentario de superación.

No confiar en uno mismo es mucho peor que no confiar en nadie. De ti no te puedes escapar, amigo.


Tú, yo, podemos hacer eso, escondernos o luchar de verdad, crear del error un arma brutal para levantarse, hinchar el pecho, tomar aire, alzar la vista y disfrutar de este camino realmente espectacular.
Ese camino, el que tú hagas con los tuyos, si tú quieres, será el que tú de verdad elegiste. Nadie, nunca, podrá decir lo contrario.

Ni siquiera los hijos, la familia o el amor puede ser excusa para que no tengas la gran oportunidad de ser tú.

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