miércoles, 10 de abril de 2013

Cosas de la calle

Suceden. Ocurren. Acontecen. Pasan.

Cerquita tuyo. Y mío.
Hace tres días, en pleno centro de Zaragoza. Paseo Independencia, para más señas.

Aquella chica lloraba, con el teléfono en la mano. Desconsolada, la cara roja de llevar rato llorando, unos treinta años, guapa, presumida.
No quería mirar a nadie, no quería que nadie la viera, pero era obvio, sabía que todo el mundo la miraba.
Le veía venir desde unos 15 metros. No la conozco de nada.

Lo cierto es que cuando faltaban dos o tres metros para cruzarnos, me miró. A la cara. Directa y clara durante unos segundos. Suficientes.
Triste. Jodida. Con el kleenex arrugado en la otra mano.
Pasó de largo. Pero su mirada, su gesto, dijo mucho más. Miró porque quería decir, gritar, que aquello por lo que lloraba, era tan importante como para pasearse por el meollo de Zaragoza, encontrarse a quien fuera, y que le vieran llorar. Le daba igual. Valía la pena. Es una mujer valiente.

Por supuesto pensé en qué le sucedía. No sé por qué lo asocié rápido al amor. Hice cábalas como hacemos todos cuando vemos por la calle cosas extrañas o sorprendentes.
Me di cuenta de que eso daba igual. Eso era lo de menos.

Lo de más era el coraje, el valor de expresar lo que uno siente. De ponerse el mundo por montera cuando lo importante es el corazón.
Esa chica con la cara roja, los ojos llenos de lágrimas, la expresión jodida y triste, es en realidad, un homenaje al valor de ser uno mismo, lejos de paripés y gilipolleces varias en las que andamos en este mundo.  Lejos del qué dirán, y muy cerca de ser uno mismo.

Va por ella, pues, estoy seguro que aquellas lágrimas, más pronto que tarde, se convertirán en una sonrisa preciosa, y devolverle al mundo eso, la mayor de las alegrías diciendo: "fui yo".

1 comentario:

  1. Será que merece la pena. Sí. Mil veces sí. grandullón.

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